Conversación con Lucas Gonzalvo Valls, traductor de Tras el velo de la belleza

Lucas Golzalvo Valls, Traductor de Tras el velo de la belleza

Entrevista por Elik G. Troconis

Tras el velo de la belleza.  El mundo místico de Eva y Ánguelos Sikelianós, un libro sobre la obra conjunta de Ánguelos Sikelianós y Eva Palmer, está a punto de ser publicado. Para festejarlo, decidimos compartir con nuestros lectores la experiencia que representó traducir este estudio de Efthalía Papadaki, originalmente publicado por el museo Benaki de Atenas. “Déjame entrevistar a Lucas”, le pedí al director editorial. Y es que me cautivó la idea de hablar con Lucas Gonzalvo Valls, el traductor que había sido capaz de traer del griego al castellano esta obra tan apasionante.

Tras algunos correos, Lucas y yo convenimos una hora. Sus cinco de la tarde, mis diez de la mañana. La videollamada inició y descubrí un rostro amable en la pantalla. Lucas volvía de un viaje en París y ahora “me recibía” en su casa en los Pirineos, donde lograba escapar un poco de la ola de calor que asolaba buena parte de España durante julio. Comenzamos hablando sobre su trabajo como traductor. Me contó que luego de estudiar Filología Clásica en la Universidad de Barcelona, había dedicado su trabajo final de grado a traducir El visionario, la primera obra del poeta griego Ánguelos Sikelianós. A través de la recomendación de Kleri Skandami, profesora de griego moderno de la Escuela Oficial de Idiomas de Barcelona, eso fue exactamente lo que condujo a Lucas hacia José y Efthalía para convertirse en el traductor de Tras el velo de la belleza.

La joven Eva Palmer fotografiada en el Carbon Studio, en Nueva York
La joven Eva Palmer fotografiada en el Carbon Studio, en Nueva York

Al momento de esta videollamada habían pasado más de dos años desde que Lucas había comenzado a trabajar en este proyecto. A pesar de que yo apenas lo conocía, lo que había leído de él me generaba la admiración suficiente como para desear preguntarle de todo. Así comenzó oficialmente nuestra entrevista, hablando primero sobre el oficio de la traducción:

“La traducción es acoger al otro sin ningún prejuicio”

Lucas Gonzalvo Valls

Lucas, mucho se dice que traduttore, traditore, es decir, que el traductor es un traidor. ¿Qué opinas tú?

Es la típica frase que se dice a cualquier persona que se enfrenta a la traducción literaria. Pero si “traidor” se entiende como alguien que se ve obligado a traicionar por un bien mayor (el arte por ejemplo), yo lo acepto. Ahora, si entendemos por “traidor” una persona sin escrúpulos, no. Creo que siempre traicionamos, pero que también aprendemos a traicionar a la hora de traducir. Traicionamos aquellas partes que lo necesitan, pero sin entender esta traición como algo negativo, sino como una acogida de esa obra en otra lengua. Lo que la literatura nos ha enseñado es que al final no hay una única respuesta ni para la forma ni para el sentido de una obra.

Claro, e intentar interpretar la forma y el sentido exigen que el traductor se compenetre con el autor, ¿no es así? Que se meta al autor.

Sí. Con Sikelianós me lo tomé como él quería que se tomara la lectura de su obra: como una iniciación. En su prólogo a la Vida lírica dice que hay una serie de obstáculos, de paredes, de velos que se alzan entre lo que él ha visto y el lector. Estos obstáculos van cayendo a medida que el lector se introduce en la lírica de Sikelianós. Por eso yo quise traducir El visionario, porque es su primera obra, con la que se presentó al mundo, y se presentó como un nuevo Homero, un nuevo Odiseo, como un héroe o un superhombre.

Yo ahora estoy traduciendo a Dinos Jristianópulos. Lo que he hecho es leer su poesía e intentar saber cuál es su mensaje último. Y a partir de eso buscar un autor correspondiente en la literatura propia (la hispánica) y así encontrar maneras de decir que sean parecidas. Para que así el lector hispanohablante encuentre lo que el lector griego en el texto original. Se trata de encontrar los resortes que hacen único a cada autor.

Cada literatura es idiosincrática y no es exacta. Eso es lo difícil de la traducción: expresar lo mismo. Yo pienso que haces una obra nueva y te compenetras con ese autor. Además, si es un autor que tratas a lo largo de tu vida, también va cambiando. Al final, es una relación muy particular la que se establece.

En países hispanohablantes, nos resulta bastante común leer libros traducidos del inglés, el francés, el alemán, el italiano… Pero no mucho del griego. ¿Qué dificultades entraña traducir desde este idioma, cuyos caracteres son incluso diferentes a los nuestros?

La mayor complicación puede ser la polisemia de muchas palabras, los muchos significados que puede tener cada una. Siempre recuerdo lo que me dijo el profesor Jaume Almirall: “Una palabra griega es un pozo en el que se han ido depositando diferentes significados que cada época le ha dado”. Eso se nota muchísimo con la historia lingüística de tres mil años que tiene el griego. Asimismo, hay una cuestión: nos hemos acercado a Grecia con los ojos de los románticos, con una visión un poco snob e ignorante. Yo creo que eso no nos hace ningún bien ni a nosotros ni a Grecia. Hay un sinfín de experiencias que no hemos vivido que nos separa de aquellos griegos. Comprender bien estas diferencias y entender que lo que la Grecia moderna nos da ahora no es lo mismo que lo que nos dio la Grecia antigua es básico, porque entonces, si te enfrentas a la traducción de una obra contemporánea con muchas reminiscencias clásicas, debes dejar de lado lo que tú consideras que es Grecia. Por eso, la traducción es acoger al otro sin ningún prejuicio. Tienes que esperar a ver lo que te dirá ese autor. Para mí, traducir es acoger.

Y del otro lado, ¿qué dificultades implica traducir a una lengua tan vasta como el castellano, con tantas variantes de un país a otro en toda Iberoamérica?

Bueno, José Nava me pidió que intentara adoptar modismos y expresiones para acercar el texto al público mexicano, que es el principal de Thyrso. (Se detiene a reír.) Yo creo que eso no lo he conseguido porque mi castellano es el castellano de un catalán. Pero yo creo que lo más importantes es que el texto llegue en una lengua tan universal como el castellano, una de las lenguas más habladas y con más tradición literaria.

Y hablando de las dificultades para traducir, cada libro encierra sus propios retos. ¿Cuáles fueron los mayores desafíos con Tras el velo de la belleza?

Ha sido un proceso largo, pero un libro grato de traducir. No es un estudio que solo hable de un escritor griego en concreto, sino que además intenta unir la joven Grecia Moderna del cambio de siglo al mundo europeo que bullía de arte y creatividad. Para hacer esto, Lía Papadaki ha usado un sinfín de recursos procedentes de distintas lenguas y también muy diversos: filosofía, esoterismo, periodismo, poesía, ensayos…

También debo decir que Lía escribe muy bien, es muy dulce de leer. Tiene un toque personal que es la ironía. Ha sido una gran oportunidad encontrar este mundo oculto y místico que de otra manera habría quedado sin una valoración histórica y literaria.

Adicionalmente, algo de suma importancia en este libro es la valoración de la figura de Eva Palmer Sikelianú como mucho más que la esposa de Ánguelos. Si no hubiera sido por Eva Palmer, Sikelianós no habría hecho ni la mitad de las cosas que hizo.

Su propuesta era magnífica, pero a veces pecaba un poco de querer apuntar… no demasiado alto, porque siempre hay que hacerlo… sino de comunicar al pueblo una cosa, pero con un lenguaje que no llegaba a este. Sikelianós quería ser el hierofante, el nuevo Esquilo. Leía la Grecia moderna a través de la teoría de la continuidad, pero la leía más como la Grecia arcaica, de la que los campesinos no sabían nada. Y sin embargo la gente los quería mucho.

Ahora que la mencionas, ¿cómo fue el proceso de traducción al trabajar con Efthalía Papadaki y también con José Nava?

Al principio esto me daba muchísimo miedo. “Ostras, qué gran reto”, pensaba. “¡Trescientas cincuenta páginas de un estudio sobre Sikelianós!” Pero ha sido muy guay, yo he aprendido muchísimo de Sikelianós y de la traducción. Y a todo esto contribuyeron Lía y José. En el proceso intenté no molestar mucho a Lía; con tantas dudas que tenía, podía haberle llamado todos los días. Por fortuna, estuvo muy dispuesta a ayudarme en todo. Quedábamos virtualmente y podíamos pasar 3 horas hablando; a veces más de cosas no relacionadas con el libro (ríe). Es una mujer con mucha sensibilidad y curiosidad, muy afable y cercana, algo que facilita mucho la labor del traductor. Hoy puedo decir que en Lía he encontrado una colaboradora y una amiga también.

Y con José otro tanto. Ha sido complicado a veces por los tiempos y porque editar un libro como este es difícil y más a distancia. Pero él siempre ha tenido muchísima paciencia. Se nota que es un proyecto personal muy importante para él. Nos hemos reunido mil veces y me ha explicado muchas cosas sobre México. Ha sido fenomenal, ha sido un placer trabajar con él.

Qué importante el trabajo en equipo cuando se trata de proyectos tan ambiciosos. En ese sentido, pienso que el nombre del autor de un libro es el que los lectores suelen retener, pero no el del editor, el corrector de estilo, el diseñador o el traductor. ¿Qué se puede hacer para visibilizar más el trabajo de los traductores?

Yo pongo mi foco siempre en la educación: el trabajo debe hacerse desde abajo, desde la escuela. Como profesor, veo que las únicas asignaturas que hay (si es que las hay) en las que se ejercita la traducción son las lenguas clásicas, que ya están en decadencia. No se enseña a valorar el trabajo ni siquiera de los autores. La traducción es algo que se deja de lado. No traduces nunca hasta que llegas a la universidad. Yo creo que hay que revalorar y visibilizar las diferentes profesiones. No puede ser que un alumno salga de la educación secundaria con la ida de que debe ganar dinero o debe dedicarse a algo productivo para la sociedad. Debe salir con valores. Esto requiere un trabajo de sensibilización a partir de charlas, conferencias, asignaturas incluso de traducción, escritura y edición. Esas personas pueden ser futuros editores que, si les han enseñado a valorar el trabajo de otros, tendrán la sensibilidad de reconocerlo en la paga y en el crédito.

Claro, por ahí hay que comenzar. Y Lucas, ¿en que otros proyectos trabajas actualmente?

Además de la traducción de Jristianópulos, estoy empezando un estudio sobre la literatura LGBTIQ+ griega del siglo XX. Sobre cómo se articulan las generaciones de escritores LGBTIQ+ nacidos en los años 30 y 40 con las nuevas generaciones de las reivindicaciones de liberación gay a partir de mayo del 68, pues está claro que había muchas diferencias entre ellos por las experiencias que había vivido cada grupo.

Lucas, supongo que un traductor también tiene quehaceres más comunes. Para terminar y por mera curiosidad cuéntanos cómo es un día ordinario en tu vida.

Pues por la mañana me voy al colegio, como los niños. Soy profesor en secundaria y bachillerato. Y regreso tarde a casa. Soy un traductor nocturno, de fines de semana y de vacaciones, que es el tiempo que me deja la docencia. Me pongo a traducir hacia las 11 de la noche. Pero es cierto que no lo hago si no tengo más de una hora. Necesito como mínimo una hora porque en la traducción hay un ritmo al que se debe entrar. Si tengo un día libre, me lo puedo pasar traduciendo. Los fines de semana también. Y me puedo tirar una semana con un poema. Y con una palabra… Hay palabras en griego que no las encuentras en ningún lado. Hay veces que he hablado con Lía Papadaki para preguntarle por términos que encuentro en Jristianópulos y ella me dice que es la primera vez que los escucha. ¡Una mujer griega que tiene un doctorado en la Sorbona! En ese sentido me ha facilitado el contacto con otros expertos que conocen detalles inimaginables. Así que sí: me puedo tirar una semana con un solo poema.

Sé que dije que la pregunta anterior era para terminar, pero dime una cosa: ¿cómo decides que una traducción ya está lista?

Ningún traductor está nunca satisfecho del resultado. Cuando entregas una obra, te la podrían devolver y seguirías haciendo cambios. Llega un momento en que debes abandonarla; decirle al editor: “Llévatela, ya, no quiero saber nada más”.

Después de esa respuesta y las risas que ambos soltamos, terminé la entrevista. La cabeza me quedó dando vueltas: pensaba en los tres mil años de la lengua griega y en la dificultad de encontrar una palabra para sustituir otra de un idioma distinto cuando a veces ni siquiera las sabemos en el nuestro. Pensaba también en las grandes oportunidades que un nuevo libro abre para tantas personas. Pensaba en lo genial que sería hojear ya Tras el velo de la belleza.  El mundo místico de Eva y Ánguelos Sikelianós.

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